Publicado en March 18, 2018
Por Lucy Calderón

Contagiosa pasión por La Selva, un espectacular laboratorio vivo

La Selva tiene 61 kilómetros de senderos, 16 de ellos pavimentados.

Confortable área de comedor para los visitantes e investigadores de La Selva.

Antes de iniciar el recorrido por los senderos de la estación está un mapa que ilustra todas las áreas que esta reserva abarca.

El puente que conecta la entrada de la reserva con los senderos ofrece una vista preciosa.

Este puente solo pueden cruzarlo un máximo de 15 personas al mismo tiempo. En ocasiones es posible toparse con monos aulladores que lo usan una vez a la semana, cuentan los guías.

Este río se ve tranquilo, pero hay letreros que advierten precaución porque podría encontrarse con algún cocodrilo.

Otra vista desde el puente.

El pavo salvaje es una de las 470 especies de aves que pueden observarse en La Selva.

El pecarí anda libremente por La Selva sin temor de los visitantes que no dejan de tomarle fotografías.

Algunos animales no es posible verlos ni captarlos más que a través del lente de un largavista. ¿A quién estarán fotografiando?, ¡adivinan?

Los visitantes de La Selva estaban fotografiando a un oso perezoso.

Otra de las preciosas aves que es posible observar en La Selva.

El estudio de los murciélagos es muy importante por su papel de polinizadores y dispersadores de semillas.

El guía Joel Alvarado Chavarría habla sobre la llamativa bromelia que hay en la estación biológica.

Así son algunos de los edificios que albergan las oficinas, laboratorios, biblioteca y residencias de los investigadores.

Esta serpiente pequeña y arbórea es una bocaraca omún cuyas protuberancias sobre sus ojos parecen pestañas. Es chiquita es venenosa y peligrosa.  

Sobr este tronco va caminando una hormiga zompopa o cortadora. Mide entre dos y 20 milímetros.

Los guías de La Selva como don Joel Alvarado explican con detalle sobre las distintas especies de plantas y animales que hay en la estación.

La caminata de dos horas llegó a su fin .

Apasionado por la naturaleza y por descubrir los secretos de las relaciones existentes y no aparentes entre diversas especies de plantas y animales, el ecólogo acuático Carlos de la Rosa es capaz de transportar a su audiencia reunida en un salón de hotel, hasta el bosque tropical donde trabaja.

Las historias sobre su experiencia como director de la Estación Biológica La Selva, de la Organización para Estudios Tropicales (OET) en Costa Rica las ilustra vívidamente con las impresionantes fotografías y vídeos que él mismo ha realizado y con bromas y anécdotas que conectan al público con la pasión que él siente por el estudio de la biodiversidad.

Ecólogo acuático y conservacionista, el Dr. Carlos de la Rosa ha trabajado en programas de educación ambiental y sostenibilidad de áreas silvestres. 

Después de “vivir” su charla, todos quieren estar ya en La Selva, una de las más prestigiosas estaciones biológicas del mundo, la cual recibe anualmente a más de 10 mil visitantes y donde los entre 250 y 300 investigadores que ahí se encuentran publican más de 200 artículos científicos al año.

Esa emoción y curiosidad por recorrer algunos de los 61 kilómetros de senderos que hay en La Selva -16 de ellos pavimentados, con conexión inalámbrica a Internet y con facilidades para personas con capacidades diferentes-, se apoderó de los periodistas de 12 países latinoamericanos quienes escucharon atentamente a de la Rosa durante su intervención en el Taller Regional de Periodismo Científico “Informando sobre riesgo y prevención de una epidemia”, actividad que Inquire First y la Embajada de los Estados Unidos de América en Costa Rica organizaron en ese país centroamericano.

¡Bienvenidos!
La Selva es una reserva ecológica de 1,600 hectáreas la cual conecta con otras reservas públicas costarricenses. Anteriormente, llegar a ese paradisiaco lugar situado en el cantón Sarapiquí de la Provincia de Heredia tomaba ocho horas en autobús y otro lapso más navegando en lancha el río Puerto Viejo. En la actualidad, la travesía dura hora y media por carretera asfaltada.

Esa estación es propiedad de la OET, una organización sin fines de lucro formada por un consorcio de más de 50 universidades de los Estados Unidos, América Latina, Australia y Sudáfrica.

Su misión es promover la investigación, la educación y el uso racional de los recursos naturales tropicales.  Por eso tienen otra estación científica en Sudáfrica. Y su propósito es respaldar los ecosistemas tropicales promoviendo el descubrimiento científico, potenciando la percepción humana sobre la naturaleza y reforzando las acciones políticas globales en los trópicos.

En el contexto de las áreas protegidas de Costa Rica, equivalentes al 30 por ciento del país, la estación biológica es parte de una cordillera volcánica central en el Parque Nacional Braulio Carrillo.  

“Pocos países pueden decir que protegen el 30 por ciento de sus áreas naturales y eso se celebra. El asunto es qué está pasando con el otro 70 por ciento, porque si no es bien manejado habrá mucho impacto ambiental. El manejo de ese 70 por ciento debería ser coherente con la filosofía de conservación del país y que no impida su desarrollo”, añade de la Rosa.

Para mantener un control de lo que ocurre alrededor de La Selva, los investigadores utilizan un mapa de uso de la tierra. El área verde oscura representa bosques naturales; el color azul es pasto y ganadería; el morado son cultivos de piña y banano; y los puntos negros, poblaciones, explica el científico, quien añade que ese mapa ha cambiado en los últimos 40 años. Pero el problema no es solo velar por la conservación del bosque, sino estar alerta a los impactos tanto del área protegida hacia el área agrícola urbana y viceversa.

En la zona de influencia de La Selva hay unas 150 escuelas, con todo lo que eso implica: producción de basura, demanda de agua potable, electricidad… Por eso, cuando de la Rosa llegó por primera vez a ese sitio, como investigador, se hizo algunas preguntas: ¿cuánto sabrá la gente que vive en los alrededores acerca de las áreas protegidas y de lo que sucede en ellas?, ¿tendrán idea de para qué existe la estación?, ¿tendrá alguna relevancia para ellos? 

De la Rosa se dio a la tarea de plantear esas preguntas a las personas que viven en zonas aledañas y la respuesta que recibió hizo soltar la carcajada de su audiencia: “Son un montón de gringos cuidando animales, me respondieron!”. Y la razón es que al ser La Selva una estación privada, hay que pagar para entrar y no todos pueden costearlo.

Ahí se dio cuenta de la Rosa que hacía falta dedicarse más a la extensión, educación y comunicación ambiental para atraer a las personas a conocer el trabajo que efectúan en la reserva. Además, el desconocimiento incide en los cambios de uso de la tierra, “porque si la gente no conoce lo que se hace en la estación biológica y no se enamora de las plantas, de los animales y de los ecosistemas, no va a querer conservarlos y mucho menos va a sentir ese apego que tenemos los biólogos y demás investigadores por un área como esa”, enfatiza.

Parte del reto actual de la OET y que en opinión del investigador también debiera serlo de los dueños de áreas protegidas, de los científicos y educadores que trabajen en ellas es enseñarles a las personas en qué consisten sus investigaciones.

“Hace 12 años hicieron en La Selva la primera feria ambiental. Llegaron unas 250 personas, quienes se dieron cuenta de que sí hay un montón de gringos ahí, pero que están haciendo investigaciones interesantísimas. El año pasado a la feria ambiental asistieron ¡dos mil personas en un solo día! -exclama con alegría el investigador-.  Eso significa que hay interés en saber qué se está haciendo y que las historias que contamos durante esa jornada ambiental son interesantes. Por lo que la extensión a las comunidades se ha convertido en una meta de la OET”.

“Vamos a echar unos cuentos”
En Costa Rica hay 2,077 especies de plantas, muchas endémicas, es decir, solo se encuentran en ese país. De esa cifra, más de mil son orquídeas, de las cuales en la estación biológica habitan unas 140, varias de ellas pequeñitas, relata de la Rosa mientras muestra la imagen de una de esas especies.

Pero en la fotografía expuesta también se observa un pequeño insecto, acuático, de los que el investigador siente pasión por estudiar. “Estos insectos ayudan a evaluar la calidad del agua y la riqueza de los ecosistemas húmedos. Por eso muestro la foto, no por la orquídea”, dice con una sonrisa de oreja a oreja. Al unísono se escuchan las risas de los asistentes.

Fotografía de la orquídea que tiene un insecto posada sobre ella. Foto: Carlos de la Rosa

Luego, pregunta quién quiere ser voluntario para un experimento. Después de un breve silencio, el fotógrafo del evento levanta la mano. De la Rosa le da una hoja que lleva consigo, le pide que muerda solo la punta y la mastique despacio; que describa el sabor y la sensación que le produce. El fotógrafo responde que es algo picante y que empieza a sentir que se le duermen los labios.

De la Rosa explica que la hoja es una de las 30 especies de piperáceas (pimienta) que hay en La Selva, aunque esa específica proviene del Darién, en Panamá. Se caracteriza por tener una sustancia que la protege de las orugas y evita que se la coman. Los investigadores han extraído ese compuesto de la planta y lo emplean como anestésico, para tratar dolores de muelas. “El bosque húmedo es una farmacia, la farmacia del futuro”, enfatiza el investigador.  Los químicos como los de esa piperácea están siendo examinados a través de la bioprospección, un proceso que investiga, clasifica y determina si los componentes de la biodiversidad biológica tienen valor comercial actual o potencial.

Esta es la hoja de pimienta que probó el valiente voluntario durante el taller. Fotos: Carlos de la Rosa

La Selva es un laboratorio vivo, el mayor de los tres en su clase. Le siguen el Cocha Cashu, en Perú y Barro Colorado, en Panamá. Estas tres estaciones biológicas han generado más del 90 por ciento de información que se conoce sobre bosques tropicales; son los sitios claves para los investigadores, porque los estudios que en ellos se realizan son de décadas y proporcionan patrones multidécadas, a diferencia de los que duran dos o tres años y que solo producen información, asevera de la Rosa.

Solo en La Selva hay entre 125 y 150 proyectos de investigación activos cada año, con 300 investigadores y estudiantes de postgrado que producen más de 200 tesis de maestría y doctorado anuales.

El único detalle es que poca de esa información ha llegado a la población no científica y eso tiene qué cambiar, porque a la fecha ni un cuaderno para colorear se ha producido, enfatiza el científico. Y la información hay que difundirla, internalizarla en todos los sectores para tomar mejores decisiones, añade.

Un asunto personal
Después de ilustrar varios datos curiosos de animales y plantas que se encuentran en La Selva, como la capacidad de mímesis de algunos insectos para sobrevivir; que cuando un oso perezoso baja de un árbol para defecar pierde casi un cuarto de su peso; o que en La Selva se hacen experimentos de cuánto puede doler una picadura de la hormiga Paraponera clavata, de la Rosa señala que no existe tal cosa como un bosque prístino o virgen.

Los humanos hemos manejado o manipulado el paisaje de bosques Neotropicales por al menos 10 mil años y todo lo que se observa en la actualidad tiene las huellas de perturbaciones pasadas. Por miles de años hemos dependido de los bosques pero al parecer hemos olvidado que aún los necesitamos para nuestra supervivencia y bienestar.

Como ejemplo citó que de la planta Catharanthus roseus -de la cual hay ocho especies y siete de ellas solo crecen en Madagascar- se han extraído 70 alcaloides. De dos de esos compuestos se han derivado y patentado dos medicamentos importantes. El vinblastine para el tratamiento contra los cánceres avanzados de mama y testículos y la enfermedad de Hodgkins (cáncer en el sistema linfático). El vincristine para combatir la leucemia aguda en niños y otros linfomas.

Catharanthus roseus originarias de Madagascar. Foto: Carlos de la Rosa

Sin embargo, debido a la deforestación que está ocurriendo en Madagascar las citadas flores están en peligro de extinción. “Imagínense el potencial de sustancias benéficas que podemos obtener de los bosques y cómo decirle a la gente que tiene cáncer que no se podrán seguir estudiando porque los bosques se están extinguiendo”, dice de la Rosa.

“Por eso para mí, el estudio de la biodiversidad es personal… tiene que convertirse en algo personal, en una misión para que más personas comprendan el valor que tiene la naturaleza. Si no fuera por esta y los descubrimientos que la ciencia ha permitido realizar con ella, yo hubiera muerto hace 30 años”. Así finalizó de la Rosa su inolvidable presentación.

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